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Hay que aprender a ser sensibles a la voz de Dios. El Señor nos habla de diferentes maneras, pero somos como sordos ante Él. Hay que preparar el corazón para escucharlo; hay que oír, oír y oír su Palabra para que por fin nos convirtamos en verdaderos hacedores de ella. Su Palabra es poder porque es Palabra viva para vida eterna.
En la comunicación es muy diferente el oír que el escuchar. El oír significa percibir con el sentido el sonido de las palabras; mientras que el escuchar implica además poner atención, recordar, pensar y razonar; en una palabra, cuando escucho entiendo el mensaje. Por eso la publicidad es tan repetitiva porque a costa de oír, oír y oír, se va captando lo enviado. Para el cristiano es importante escuchar a Dios. Escucharlo es ante todo entender lo que nos manda y estar dispuestos a obedecerlo. A lo largo de la Biblia Dios nos invita a escucharlo; quiere ser escuchado, desea que los hombres lo escuchen y abandonen sus malos caminos. Además añora que sus hijos sean los primeros en hacerlo. El Señor muchas veces nos lo recuerda cuando estamos afrontando una aflicción y lo hace de esta manera porque es cuando más sensible está nuestro corazón. Es ahí, donde nos aparta en soledad y en el silencio como novio amante se dirige: “Por eso, ahora voy a seducirla: me la llevaré al desierto y le hablaré con ternura” (Os. 2:14). Al respecto como testimonio puedo decir que cuando me pre-diagnosticaron el cáncer de seno, en un momento muy a solas con el Señor orando y escuchando a Jesús sentí completamente su presencia y entendí, que en verdad valía más un minuto con Él que todo lo demás. Fue como si mi Señor me dijera: “Aquí estoy contigo Dora, no temas, eres preciosa para mí y no te dejaré”. Cada vez que recuerdo aquel día, ese instante en especial, mi corazón se agita; nunca antes había tenido con el Señor una experiencia tan estremecedora como esa, ni había sentido tanto su compasión y amor hacia mí como en aquella ocasión. Dios lo tenía todo preparado y ese fue el día propicio para seducirme y consentirme porque en verdad estaba en el desierto. Más tarde estando ya en la clínica a través de mi enfermera, me recordó nuevamente cuánto me amaba porque era ¡la niña de sus ojos! No sé si me puedan comprender con lo que les voy a decir, pero si Dios se cogió de esa situación para que yo pudiera estar completamente a su lado y lo escuchara, ¡bendita enfermedad! Jesús fue, es y será siempre una realidad en mi vida; “Todo daría, no importaría lo que tenga que pasar, lo que tenga que esperar”.